¿Calladitas se ven más bonitas?

En una tienda departamental de la ciudad, a la hora de la comida; como eso de la 1:10 pm para ser más precisa, estaba haciendo fila en el departamento de ‘Atención al Cliente’.

Previo a mi turno, estaban atendiendo a una señora a la que le solicitaban documentos y explicaban los pasos que debería seguir para que su trámite se resolviera.

La señorita que la atendía pidió le proporcionara su teléfono celular para descargar una aplicación donde le darían una atención más rápida, pero cuando le da el aparato resultó que estaba descargado, por lo que la empleada se dispuso a conectarlo mientras platicaban de personas conocidas entre ellas.

Por mi parte, a una distancia de 2 metros más o menos, echaba una mirada al mundo y observaba la situación. Por fin el celular cargó un poco la batería y la trabajadora de la tienda se dispuso a instalar la aplicación, pero algo volvió a fallar.

La empleada comentó que se le hacía raro que no pudiera descargar la app y comentó que “tal vez no traiga internet”. Para entonces la fila se hacía más larga detrás de mí, porque seguían llegando personas.

Pasaba el tiempo y seguía la misma escena, mientras el reloj avanzaba y ya eran las 2 pm. Un poco cansada y con dolor en las piernas por estar de pie buen rato, empezó mi preocupación por la hora de ir a trabajar.

Aunque trataba de comprender lo que pasaba, hubo algo que me llamó la atención: La dependiente nunca volteaba a verme, al menos para empatizar sobre mi situación.

Mientras, a su lado derecho estaba otra persona sentada, que se levantaba de su silla, daba unos pasos y regresaba de nuevo a su asiento.

Ahí mismo, pero a su lado izquierdo, estaba un joven aparentemente indiferente a lo que sucedía en el lugar.

El tiempo seguía su marcha y ya eran las 2:30 del día, cuando empezó mi desesperación por la tardanza, aunque parecía que el problema de la señora se estaba solucionando.

Ya eran las 3 de la tarde cuando por fin llegó mi turno, pero apareció un cliente joven que se dirigió a la persona que estaba sentada y que parecía indiferente. Se saludan y le entrega unos papeles.

Luego ese joven se dirige rápidamente con la empleada que estaba atendiendo a la señora, le entrega los documentos, le dice algo al oído y cuando iba a empezar a atenderlo sin respetar mi turno, usé mi voz para decirle, “señorita es mi turno, tengo esperando más de 2 horas”. Ella volteó y me vio con una expresión de ¿y?

En ese momento, otro de los empleados se me acercó y me dijo que “el joven vino ayer y esperó tres horas, pero le faltaron documentos y no se le pudo atender”, a lo que respondí: “Entiendo, es lamentable; pero si usted gusta vuelvo yo mañana también, puesto que tengo 3 horas aquí”.

Entonces, se acerca otra empleada que en voz baja ordena “atiéndela a ella”, a lo que su compañera respondió, “si jefa”.

Su compañero me miró muy molesto, el “cliente influyente” tomo asiento con actitud de “ni modo”, mientras la joven comenzó a atenderme amablemente.

Sin embargo, en mis adentros yo me decía: ¿De qué se trata esto? ¿De qué yo permita el abuso? ¿Calladitas se ven más bonitas?

¿Tú qué opinas?