En la primera parte de esta entrega se plantea que en este país es tan fuerte la polarización, que el libre pensamiento para cuestionar a unos y a otros; para no estar de acuerdo con los neoliberales o la Cuatro T, de inmediato es fustigado, acallado, insultado por el fanatismo que, en esta materia, se apoderó de medios de comunicación y redes sociales. Incluso se han visto casos en que la misma exposición de una idea no ha gustado a los extremistas de un lado y otro y terminan por tacharla, al mismo tiempo, de chaira o conservadora.
Sin embargo, la tabla rasa se impone porque en la polarización de suyo intolerante o eres amigo o eres enemigo. El equilibrio, propio de la verdadera democracia no existe de un lado ni de otro. A AMLO le funciona la rudeza y la confrontación directa. En segundos, y a través de las redes sociales, construye y destruye enemigos, hace amigos, desmiente lo que considera, ofrece acercamientos, deslinda, ironiza, caricaturiza y genera atmósferas favorables a sus proyectos en marcha y a los que vienen.
Desde el podio de las “mañaneras”, no tiene piedad contra sus enemigos, los que igualmente reaccionan de inmediato acusándolo de radical, soberbio, dictador y de mantener dividido al país, aunque las encuestas indiquen que una amplia mayoría de los mexicanos avalan su mandato.
Sin duda AMLO utiliza un discurso dirigido y aceptado por las mayorías, aquellas que siempre se sintieron marginadas del poder presidencial y a las que sus enemigos les niegan capacidad de reflexión y decisión, lo que nunca señalaron cuando el voto de estas era a su favor. Hoy, el amor con amor se paga, esa frase del presidente que ilustra su relación recíproca con los amplios sectores sociales a los que beneficia con sus programas de bienestar, se traduce en apoyo político.
La masa no solamente piensa, sino que también tiene intereses económicos y en este gobierno los ve reflejados en una tarjeta bancaria cuyos depósitos crecen año con año. Si los enemigos y adversarios de López Obrador no quieren ver la muralla social que ha construido a su alrededor, mejor que se dediquen a predicar el Padre Nuestro, les daría mejores resultados.
Más aún, queda claro que en el presidente no existe el lenguaje diplomático ni el más mínimo eufemismo político, porque se sostiene en la idea proyectiva que eso tiene que ver con la hipocresía. El enfrentamiento directo con los que considera enemigos del pueblo es su fuerte y al mismo tiempo su arma poderosa en la que sostiene su popularidad.
López Obrador sabe lo que hace y lo que dice para enfrentar y enfurecer a sus enemigos, de los que sigue siendo un verdadero peligro. Si no fuese así, si no los conociera a fondo e ignorara sus estrategias de ataque y el poder que aún conservan, desde sus primeros meses de gestión lo hubiesen defenestrado, y concretado el golpe con el que aún sueñan.
Si algo conoce muy bien AMLO es que la información es poder, y que ello forma parte central en el sostenimiento de su proyecto de gobierno y las decisiones de Estado. Si el presidente no saliera a diario a contrarrestar, no le alcanzaría el tiempo para atajar y desmentir lo que la mayoría de los medios informan, editorializan y “campañizan”.
Se trata de una lucha férrea entre dos proyectos de nación que no conoce tregua, incesante, violenta a veces y que, por supuesto, mantiene un ambiente de confrontación como parte del jaloneo entre actores radicales; unos que no terminan de llegar y otros que no terminan de irse; unos que llegaron y quieren perpetuarse y otros que se resisten a dejar lo que por casi cuatro décadas consideran suyo.
Se trata pues, de una lucha encarnizada a posteriori, luego del proceso electoral del 2018; de una transición que no le ha permitido a López Obrador operar tan fácilmente sus planes de demoler los pilares “neoliberales” y ni a estos frenar al Presidente con todo su poder económico y propagandístico.
Y en esta pugna extrema quién más ventaja tiene y lleva es AMLO por una sencilla razón: Ofrece la capacidad de traducir en agresión al pueblo lo que sus enemigos le imputan y en sus argumentos de peso defensivo le dice a la gente que los “conservadores” y “neoliberales” están muy enojados porque ahora sí la amplia mayoría reciben beneficios del gobierno, lo que antes era lo contrario. También afirma que sus enemigos representan la corrupción, el robo al erario y la entrega de nuestros recursos a manos privadas y a las transnacionales.
Más allá de lo que pudiera ser justo o no, AMLO le apostó al blindaje bajo el lema de “primeros los pobres”, a través de dispersar apoyo en dinero efectivo con sus programas de bienestar y de presentarse como un mandatario de carne y hueso, alejado del pináculo presidencialista del que la gente se sentía molesta.
Lo lamentable de todo, es que medios de comunicación y periodistas acreditados, ciudadanos y militantes de diversos partidos, incluyendo algunos de Morena, que señalan y cuestionan al presidente y, al revés, los que simplemente lo apoyan, son automáticamente descalificados desde la pugna cupular: O son chairos o fifís según sea la óptica. Es decir, lo que pudiera ser un sano y legítimo contrapeso, o una legítima adhesión que fortalezcan la pluralidad democrática, es absorbido por el turbulento tobogán de la polarización social, ese fenómeno que López Obrador es el primer obligado en distender, aunque, la verdad, sus enemigos no duermen pensando en cómo derrocarlo, lo que hace más difícil la tarea.
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