Ya les dio a los políticos ladrones por ampararse, no en el recurso constitucional contra cualquier intención de vulnerar su derecho a la defensa, sino en el sobado argumento de ser “perseguidos políticos”.
A Ricardo Anaya se le acusa, desde hace tiempo, de formar parte de quienes modificaron la constitución para entregar los recursos del país a empresas transnacionales, y a los pillos internacionales de cuello blanco con quienes se amafiaron. De ahí la investigación que se le sigue por sus presuntos nexos con Odebrecht, esa firma que ha corrompido a políticos latinoamericanos y que, muchos de ellos, en otros países, claro, ya están en la cárcel.
Pero… ¿qué peso político-ideológico tiene Ricardo Anaya ante la nación como para decirse “perseguido” y autoexiliarse? Cuando su familia, y él mismo, ha vivido la mayor parte del tiempo en el extranjero y cuando es repudiado hasta por no pocos militantes panistas.
Que se defienda y que responda en México, su país al que dice amar sin haberlo demostrado nunca, por una sencilla razón: Porque México es su gente y, desde luego, es un México con el que nunca ha estado Ricardo Anaya.
Los llamados neoliberales siempre han dicho que sus políticas públicas, en contra de la gente, “dolorosas pero necesarias” son “por el bien de México”, su México, esa abstracción a modo, vacía, en la que se han escondido para enriquecerse…Y para entregar nuestros recursos naturales a empresas extranjeras.
Ese es el México de Anaya, el México del que huye diciéndose perseguido. El México saqueado, injusto, desigual, a lo que él contribuyó enormemente. Que demuestre lo contrario.
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