Hace alrededor de una década los opinólogos del país celebraron la publicación de un libro de Luis de la Calle y Luis Rubio cuyo título “Clasemediero: pobre no más, desarrollado aún no” era un adelanto de la tesis que sostenían, afirmando que nuestro país se estaba volviendo un país de clase media.
A 10 años de la publicación de ese libro que tanto revuelo ocasionó entre los intelectuales orgánicos del antiguo régimen, la realidad que siempre cae como dos baldes llenos de cemento, nos alcanzó.
México no fue ni es un país de clase media, si bien puede que aquel diagnóstico estuviera lleno de buenas intenciones en realidad todo fue un espejismo.
Un artículo de la Doctora Viridiana Ríos publicado en el New York Times y basado en datos presentados por Alice Krozer en su tesis doctoral titulada “Desigualdad en perspectiva” desnuda la realidad de la situación económica de los habitantes de este país.
Y a juzgar por las cifras que presenta, todo indica que a los mexicanos nos gusta mentirnos a nosotros mismos.
Le explico. De acuerdo con los datos presentados en este artículo el 61% de los mexicanos se identifica como clase media, PERO en realidad sólo el 12% lo es.
La confusión es todavía peor porque el 84 por ciento de la población no tiene seguridad laboral o un sueldo que les permita satisfacer las necesidades de su familia, pero lo niega.
El artículo devela además que existen en el país al menos 43 millones de mexicanos que viven en condición de pobreza moderada pero que creen que son clase media.
No lo son, porque para ser clase media necesitarían ganar 64.000 pesos mensuales para una familia de cuatro integrantes, un nivel salarial que solo gana el 10 por ciento más rico de México.
Esa negación tiene un impacto real y grave en lo que pedimos y esperamos de nuestro gobernantes y partidos políticos.
Sucede como aquel tipo que perdido en medio del desierto se encuentra una lámpara, la frota y cuando el genio le concede un deseo, él, aunque no haya carreteras o incluso esté muriendo de sed, pide un coche deportivo.
Pero esta distorsión de la realidad alcanza también a los ricos.
Dos terceras partes de quienes ganan, por ejemplo, $120,000 mensuales se asumen como clase media sin darse cuenta de que ganan más que el 90% del país.
Le repito, a juzgar por los datos presentados en este artículo de la Doctora Ríos todo indica que el deporte nacional es mentirnos a nosotros mismos.
Al final, los realmente afectados son los verdaderos clasemedieros, una especie en extinción a la que todos los gobiernos le cargan la mano, pero que lamentablemente ha fallado en exigir una agenda política y económica que le beneficie a causa de sus prejuicios.
Porque no, no es pobre el que no quiere, como si las oportunidades de trabajo bien pagadas se encontrarán a la vuelta de la esquina.
Ni tampoco basta con estudiar para asegurarse un mejor futuro, de ser así el país, que en las últimas dos décadas ha aumentado su nivel de educación en la población en general, no estaría en este precipicio.
Parte de la solución pasa por repensar nuestro modelo de desarrollo, por deshacernos de nuestras fobias y derrumbar nuestros prejuicios.
Si aspiramos realmente a ser un país de clase media habrá que dar la lucha porque se restituyan derechos a los trabajadores, porque haya mejores salarios, porque se cobren impuestos progresivos y justos a todos y sobre todo porque el gobierno tenga una política pública eficaz para redistribuirlos.
PERO para que todo eso suceda tenemos que empezar primero por dejar de practicar ese deporte nacional de mentirnos a nosotros mismos.
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