AMLO, su partido de estado y la peligrosa sucesión presidencial

Las candidaturas de Morena a la presidencia de la República dependerán sustancialmente de la voluntad de quien controla ese partido: El Presidente Andrés Manuel López Obrador.

AMLO ya dio muestras de su absolutismo y de tratar de consolidar su poder a través de un partido de Estado, al utilizar su investidura para, sin recato, desde el púlpito presidencial, llamar a la militancia a elegir “sin trampas” a sus nuevos dirigentes.

Y hasta se dio el lujo de conceptualizar lo que para él es un militante de izquierda. Habló de “oportunistas” y de “trepadores”, tácitamente aceptando que en su partido pululan este tipo de perfiles, aunque en realidad su interés es vulnerar a su oposición interna, que la tiene y que poco a poco va abriendo la capa.

Ya lo hemos dicho: Morena no existe sin el presidente López Obrador. En realidad nunca ha existido como estructura independiente o paralela porque AMLO se apropió de ese movimiento y no al revés.

El partido de AMLO nació efectivamente como un movimiento social esperanzador, pero su espíritu revolucionario y democrático, murió en el momento que fue convertido en aparato burocrático y al servicio de su “líder moral”: El presidente.

Desde el 2018 a la fecha, Morena dejó de ser un movimiento social para convertirse, al igual que él PRI, en una Secretaría de Estado, cuya élite y miembros activos de base, al mismo tiempo, son parte del gobierno. Esa estructura partidista es la que opera los programas sociales a través de ese ejército denominado “Siervos de la Nación”. Son militantes y al mismo tiempo funcionarios que se mueven con nuestro dinero.

Morena no ha sido hasta ahora el partido que sectores de la sociedad, la izquierda ideológica, liberales, intelectuales, estudiantes y empresarios progresistas anhelaban, sino el instrumento político de un presidente que no tiene empacho en ejercer abiertamente su control por encima de sus “dirigentes” formales que están ahí para obedecer. Lo que usted ordene señor presidente. Y sí, porque hasta ahora no hemos escuchado de Mario Delgado, dirigente de Morena, el más mínimo susurro parecido a una queja. Salimos de la etapa de la alabanza absoluta al Tlatoani y entramos a la época de la adoración ciega al Mesías.

Muy lejos quedó la propuesta de tener en México un partido democrático e independiente, que por primera vez en la historia reciente del país fuese contrapeso del presidente. Resultó todo lo contrario para decepción de millones de mexicanos. Morena depende hoy del control caudillista de AMLO y a eso se le llama autocracia pura.

Hoy más que nunca a AMLO le interesa afinar y controlar mejor su estructura burocrática-partidista. Se lanza con vehemencia contra funcionarios de su gobierno a que saquen las manos del proceso para renovar los cuadros directivos de Morena.  Pero queda claro que el mensaje tiene un objetivo: Inmovilizar a sus adversarios internos quienes, por lo contrario, algunos le han pedido que saque las manos de la sucesión presidencial.

Lejos de atender el llamado, el presidente ha preferido, tal y como le encanta, la confrontación interna y usar el aparato para alinear a gobernadores, alcaldes, funcionarios y Siervos de la Nación para que planchen la elección de Morena a efectuarse el próximo sábado 30 de julio y no correr riesgos.

López Obrador prepara su relevo, él quiere a toda costa decidir. Primero asegurar el control estructural y luego aplicar el método de selección de candidatos que evite “legalmente” riesgos mayores: La encuesta. La forma más a la mano de evadir la aspiración libre de militantes y simpatizantes e imponer el dedazo.

Vale reiterar que la “encuestocracia” se mueve más en el terreno de la opacidad y la manipulación que de la transparencia. Sustituye la posibilidad de la democracia interna, busca minimizar el impacto negativo del desaseo y al mismo tiempo legitimar la imposición de una sola voluntad, en este caso, la del presidente.

Y aquí llegamos a un punto nodal de la reflexión. Con todo esto que se advierte ¿A qué le apuesta AMLO en la sucesión presidencial del 2024? ¿A una elección de Estado?, ¿Dejar un relevo a modo para prolongar su poder tras el trono?  ¿O pasar a la historia como un verdadero demócrata, no meter las manos en la sucesión y retirarse como prometió a su rancho La Chingada? Son solo preguntas.

Por el momento, en el marco de este proceso, se observan fisuras internas que podrían no avalar a la o al candidato del presidente si la negociación y la conciliación no se ponen por encima del golpeteo.

Lo otro, es que igualmente las diferencias no se centran en el reparto, sino en el modelo de gobierno que ha polarizado a la sociedad mexicana y que, fundamentalmente, ha cedido territorio constitucional al crimen organizado. Esto incluso, podría ser una condición de ruptura interna en la que esté de por medio la desbandada y la integración de un frente opositor más sólido.

Esos abrazos y no balazos, en el fondo connota un acuerdo tácito con los grupos criminales quienes, al mismo tiempo, se mueven a sus anchas integrando a comunidades enteras a sus ilícitos, cuyos habitantes no solo agreden a las fuerzas armadas, sino que votan a favor de los candidatos de sus patrones.

Esa es la percepción generalizada que ha motivado que mexicanos de la talla de Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Dante Delgado, Senadores, Diputados, líderes de la oposición e intelectuales se aglutinen hoy en una comisión de la verdad para enfrentar este fenómeno que podría derivar en una narco-elección y luego en un narco-estado. ¡Cuidado!