Los retos del PRI para no morir a la vuelta de la esquina

El PRI aún existe: atomizado, desmantelado en su base orgánica, operativa y financiera, pero es innegable que existe, aunque está cerca de la muerte, del sepulcro.

Evitar su entierro depende de la disposición y voluntad de sus miembros pensantes y dirigentes formales, para instalarlo en un nuevo paradigma verdaderamente opositor y de alternancia ciudadana.

El PRI ya no puede funcionar orgánicamente como antes porque sus fuentes de poder se agotaron. Ya no tiene gobiernos proveedores de dinero ni funcionarios que le operen políticamente y, por lo mismo, su gestión e influencia quedaron disminuidas.

Si los dirigentes y los pocos cuadros activos piensan que con lo que ahora poseen obtendrán los resultados de antes, están totalmente equivocados, menos aún si sus expectativas se centran en los errores del gobierno, como si ello en automático les regresara simpatías y bonos ciudadanos.

Esa es justamente la razón por la que el tricolor se alió con Acción Nacional para, de ese modo, tratar de ganar terreno. Craso error: Lo que el PRI hizo fue sumar sus debilidades al PAN, partido que al menos ha mantenido algunas de sus plazas. Queda demostrado que ni con la alianza con el PAN, el PRI ha podido recuperar terreno, aunque ha detenido un poco su precipitado hundimiento.

El PRI ha perdido más con estas alianzas cupulares porque la disparidad ideológica y la dignidad histórica de muchos de sus miembros de base los hizo abstenerse, muchos retirarse y otros de plano refugiarse en otros partidos, principalmente en Morena.

Uno de los grandes errores del PRI es creer que fueron derrotados porque la gente se dejó ir por falsas promesas y que, ante lo que consideran fracasos del régimen morenista, regresará arrodillada a pedirles perdón. Esta actitud no solo exhibe soberbia y falta de respeto a la ciudadanía, sino limitaciones para crear y diseñar una nueva concepción de país. A estas alturas no han entendido que el modelo con que gobernaron se agotó en el desastre social.

Otro error, consecuencia de lo arriba señalado, es la construcción de un discurso contestatario e inmediatista contra el actual régimen, estableciendo supuestos más orientados a la estrategia propagandística que a reconocer la realidad del ánimo ciudadano.

Efectivamente, Morena ha cometido errores estratégicos y no ha cumplido muchas de sus promesas, pero los líderes opositores no han estado a la altura de estas circunstancias. Mientras la oposición combate a López Obrador como si todavía fueran gobierno, López Obrador se defiende y ataca como si aún fuera opositor.

López Obrador no solo les marca la agenda, sino que, con su poder mediático, mete a diario a la oposición partidaria y financiera en el mismo costal; y a pesar de que han transcurrido cuatro años de gobierno morenista, los sigue haciendo parte de los problemas históricos de este país.

Por eso, El PRI y el PAN, con sus limitaciones conceptuales, navegan en el río del presidente y, por lo tanto, con ese relato inmediatista se asumen de manera natural como parte del problema y no de la solución.

El PRI como estructura está desmantelado, como figura desprestigiado y, en consecuencia, sus esfuerzos por recuperarse tienden cada vez a la baja porque su militancia intelectual y otrora orgánica se mantiene atomizada, a la deriva e incapacitada para ser oposición. Su modelo de partido está despedazado, pero siguen pensando y actuando como si estuviera intacto.

Sin embargo, a pesar de ello, no pocos personajes priistas, a la hora del ineludible contraste y evaluación de frente a algunos funcionarios y autoridades de la 4T, salen bien librados. Es decir, en el ahora PRI atomizado, prevalecen figuras acreditadas por la ciudadanía, pero aisladas porque no han sido capaz de reorganizarse bajo un modelo y estrategias distintas, acordes a la nueva realidad nacional y a los pocos recursos que ahora tienen.

Hay que decirlo, los priistas no solo tienen que enfrentar a los poderosos programas sociales de la 4T, sino a su pasado inmediato. Es paradójico pero estos programas sociales fueron la base sobre la que se construyó el poder del PRI, y el mismo PRI se encargó de destruirlos al ser cooptado por los intereses de los grandes grupos de poder económico.

Hoy esa base la tiene Morena, quien convirtió esos programas en constitucionales. El PRI pudo tener ahí una ventaja, pero le siguió de punta con su esquema neoliberal y fue una torpeza política oponerse a ello. De todos modos se aprobaron. El PRI de arriba dice estar con la gente, pero la gente sabe que eso es falso y lo saben también los del PRI de abajo.

El problema más inmediato de los priistas de abajo es que su cúpula no cambia. Sus altos dirigentes siguen pensando en un país de empleados, ponderando la idea de que el desarrollo de México se centra solo en los empleadores y no en sus trabajadores, en la gente.

Si los priistas quieren ganar terreno, tienen que meterse al terreno; pensar y activar diferente; eludir la confrontación provocadora y convertirse en actores alternativos de problemas sociales concretos, ofreciendo soluciones concretas. No es la misma construir un relato en el contexto de la solución, que en el contexto de la descalificación.

No pocos priistas de base tienen experiencia en la lucha social de las colonias y la zona rural, abandonados en todos los sentidos. Pero no están ahí, no se mueven, no encabezan, no lideran. Algunos de ellos se movían con dinero y hoy tienen que demostrar que lo hacen con convicción y voluntad. O cambian el paradigma o al menos la estrategia, apegándose a lo que ahora tienen; de no hacerlo muy pronto el color del PRI desaparecerá del mapa nacional.

Tienen el PRI, en el 2023, un desafío determinante en el mero centro político que lo arrastró hacia un modelo antipopular: El Estado de México, eje y símbolo del neoliberalismo, donde habrá elecciones.

AMLO y Morena cincelan el clavo mortal del ataúd priista y al mismo tiempo la estaca que pretenden hundir en el corazón de los que llevaron al PRI al desastre: El Grupo Atlacomulco. La primera señal ya la enviaron: Las acusaciones de corrupción en contra de Peña Nieto. ¿Tendrá tiempo el PRI para reaccionar con una estrategia inteligente y no morir a la vuelta de la esquina?