Los dos gobernadores

No hay antecedente, ni siquiera en el relevo entre gobernadores priistas, de una transición de un gobierno a otro como la que vivimos hoy en Sinaloa, pese a los distintos partidos del que se va y el que entra.

No es nuevo que en algunos medios abunde el pensum limitado, y que interpreten el fenómeno con chabacanería de suyo grosera, asumiendo que el gobernador Quirino Ordaz “entregó la plaza” y se hizo morenista o que el gobernador electo, Dr. Rubén Rocha, tiene antecedentes priistas.

Más allá de las diferencias políticas que pudieran o no existir, lo cierto es que por fin el que se va y el que llega han ponderado el acuerdo y el orden, y han hecho a un lado el golpeteo sin sentido que a muchos les excita.

Un gobierno saliente requiere condiciones para entregar con disciplina y transparencia la administración; y un gobierno entrante necesita no perder el tiempo y asimilar en el corto plazo la operación del gobierno. No es la misma llegar a transformar que a inventar; como no lo es tomar con certeza los hilos de lo que invariablemente camina en el gobierno a dar bandazos y tratar de aprender sobre la marcha.

Por eso lo más importante es que el que se va muestre con transparencia la operación administrativa y financiera y los avances técnicos de las grandes obras.

Prejuiciar o establecer a priori que los que se van desviaron o se embolsaron el dinero no solo carece de fundamento legal y técnico, sino se torna en una verdadera pérdida de tiempo.

Por supuesto, nadie está en contra de los actos de corrupción, pero primero hay que asumir el poder para luego actuar con justicia, para bien o para mal de los que se van. Aplicar la ley no significa venganza o realizar esculques con fines políticos, porque el que hace bien las cosas también tiene derecho al reconocimiento de la ley o, en caso contrario, que se le aplique.

Por cierto, Quirino y Rocha partieron juntos a la Ciudad de México para seguir haciendo gestiones, aunque a los buscapleitos no les guste.

Bien por Sinaloa